Perú en buen momento: prosperidad, inversiones y desafíos de la economía de mercado

Aun cuando ciertos sectores de la izquierda repiten sin cesar que el Perú está mal y que atravesamos una crisis terminal, la realidad es muy distinta. A fines de terminar 2025 el Perú figura entre los mejores países de la región, incluso en medio de nuestra crisis política. En el exterior nos reconocen y nos miran con admiración. Ya hemos desplazado a Chile en agroexportación y estamos a punto de superar la marca de los 100,000 millones de dólares en exportaciones totales. Una cifra similar también se vislumbra para nuestras reservas internacionales en el Banco Central de Reserva en un horizonte cercano.

Según el BCR, la inversión extranjera continúa creciendo y este año podríamos alcanzar aproximadamente el 10% del PIB. No es una cifra menor, y tiene potencial para seguir aumentando. Las centrales de riesgo ubican al Perú entre los cinco mejores destinos de inversión en América Latina. Pero no solo invertimos: nuestras empresas nacionales están buscando oportunidades en el exterior para expandirse, diversificarse y crecer. En conjunto, esto demuestra una economía sólida y en buen momento.

¿Cuál es la clave de este crecimiento? La Constitución de 1993, y especialmente su marco económico, que es justamente lo que buscan cambiar quienes se oponen a este modelo. La izquierda, para algunos, no lo niega: su objetivo principal es reformar la Constitución y el régimen económico. ¿Por qué? Por una cuestión de visión ideológica que, a su juicio, impide que el sector privado sea el motor de la economía. Quieren que el Estado dirija la economía y no el mercado.

Quien tenga al menos un mínimo de conocimiento y pensamiento crítico sabe que un modelo económico orientado por la intervención estatal genera menos resultados. Ya lo hemos vivido, pero vemos  hoy el fracaso cercano de Venezuela, Cuba, etc. Como señalé antes, la izquierda tiende a mantener ideas rígidas que limitan aprender de la experiencia y la historia; asumen soluciones ideológicas sin considerar su viabilidad real. Por eso insisten en cambiar algo que ya funciona bien por algo que sabemos que no funciona. Añoramos cuando defiendan a los necesitados, hoy terminan defendiendo solo sus propios intereses.

La esencia de este modelo exitoso es que las decisiones ya no quedan en manos de los burócratas, sino en el mercado. Ya no son los burócratas quienes fijan precios o dirigen inversiones; es el sector privado, con su capital y su riesgo, operando conforme a las reglas del mercado y no a las instrucciones de un gobernante de turno.

La economía podría avanzar mucho más si se redujera la intervención del Congreso en el mercado, eliminando leyes que, supuestamente, buscan imponer una “justicia económica” (como normativas sobre estacionamientos), proteger al consumidor (regulación de ofertas), salvaguardar la salud (normativas como la de octógonos) o proteger el medio ambiente (restrictivas leyes sobre bolsas plásticas). En muchos casos, estas normas encarecen los productos sin aportar beneficios proporcionales.

Otra mejora notable vendría de que el Estado cumpliera mejor su función de construir infraestructura: carreteras de calidad, aeropuertos conectando a todas las regiones y pueblos. Avances aún mayores serían posibles si se avanzara en una reforma laboral que reduzca costos laborales excesivos, facilitando la creación de empleo y reduciendo la informalidad.

La economía también ganaría si el Estado fortaleciera la cooperación tecnológica con países desarrollados para impulsar la transferencia de tecnología y apoyar a las empresas privadas. En resumen, hay mucho por hacer para avanzar; lo crucial es no retroceder hacia el estatismo y la burocracia, ideas que la izquierda insiste en revivir, pese a los resultados fallidos que ya conocemos.


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